Existe una mirada sobre la arquitectura, filtrada por las dinámicas del mercado y de la publicidad, en la que se le exige ser siempre una novedad. Hoy no es poco común referirse a ella en función de las últimas tendencias, como si se tratara de las temporadas a las que está sujeto el mundo de la moda.

Parece como si el modelo fast fashion —aquel que usan las marcas de ropa para imponer tendencias de corta vigencia— hubiera sido llevado a la arquitectura. Fast architecture: las mismas formas, las ventanas todas iguales, materiales repetidos, el color del año, la copia de una copia de otra copia que cambia periódicamente, para seguir este ciclo de repetición entre relevancia y obsolescencia.

Resulta extraño que una de las actividades más antiguas de la humanidad —construir nuestro entorno habitable— tenga que reinventarse cada año. En contraposición a esta manera de hacer existe otra, quizá mucho menos ostentosa, en la que los arquitectos no persiguen la moda.

En cambio, trabajan desde la observación sensible del lugar donde se construyen sus proyectos y desde los hábitos de sus ocupantes, recopilando por lo general valores y tradiciones arquitectónicas.
Una casa con una arquitectura doméstica a la medida
Durante las últimas tres décadas, el estudio antioqueño MV Arquitectos, dirigido por Mauricio Vélez de Bedout, ha defendido la segunda aproximación. Esta casa, diseñada para una pareja con tres hijos, que corona una colina a las afueras de Medellín, es una muestra de esta ética de trabajo.

Como principio rector del proyecto, su diseño promueve una vida familiar entretejida con el paisaje. Para conseguir esto, ubicaron la vivienda en forma lineal sobre el borde de la explanación del lote, para así garantizar que todas sus estancias miren hacia las montañas lejanas y la represa cercana.

Por otro lado, los corredores rematan siempre en ventanas que recortan fragmentos de los jardines que rodean la casa. Moverse en el espacio implica contemplar los planos de la geografía y el cielo del oriente antioqueño.

Con la colaboración del arquitecto Gabriel Martínez Rodas, Vélez implementó un proceso colaborativo con sus clientes, en el que la familia en conjunto participó activamente en las sesiones de dibujo a mano para definir de manera democrática y guiada todos los aspectos de la residencia.

El resultado es una arquitectura doméstica que, pese a sus 500 metros cuadrados de extensión, remite al arquetipo de la cabaña con una materialidad donde la madera y la piedra crean un ambiente recogido, a pesar de la generosidad de las áreas.
La distribución espacial de la obra
Los arquitectos responsables del proyecto agruparon los espacios en dos volúmenes girados que persiguen la geometría de la parcela. El primero alberga la zona de servicios y los ambientes sociales. Aquí un muro grueso, revestido con piedra concha perlato, divide sutilmente el salón de la cocina y contiene en su espesor una chimenea que sirve a ambas estancias.

La cocina se concibió como un área noble y abierta, que funciona más como una sala de exhibición de los utensilios que como un lugar de servicio. Una isla enfrentada a la barra principal permite cocinar en familia y comer en una mesa construida con un tablón de piñón de oreja de gran formato, donde las imperfecciones de la madera adquieren un carácter escultórico.

Detrás de la cocina se esconde una despensa que recuerda los gabinetes de curiosidades, dotada de una escalerilla que facilita el acceso a los entrepaños altos de la estantería. El comedor lo ubicaron en la terraza frontal, desde donde se tiene una mirada privilegiada sobre el paisaje; este es un espacio de larga permanencia, gracias a una pérgola que filtra la luz del sol y genera un resguardo de la lluvia.

Comedor, cocina y salón son un solo lugar, que se puede utilizar de manera integrada o separada. Un cuarto de pintura para la señora de la casa se asoma sobre la vista y queda protegido entre un jardín de helechos.

En el segundo volumen dispusieron las habitaciones y un estudio, desde donde una escalera conduce a una segunda planta, destinada a una sala de estar que puede emplearse como alcoba y que definieron espacialmente como un balcón.

Las ventanas de las dormitorios se diseñaron aprovechando la profundidad de los muros, de tal modo que configuren nichos para sentarse. Nuevamente, la contemplación del paisaje y los hábitos domésticos sirven de argumento para darle forma a la arquitectura.

Las cubiertas a un agua descargan la lluvia sobre placas de concreto. Esta decisión técnica se traduce en una combinación de techos que produce dos momentos espaciales en el interior. Mientras las zonas de servicio, los pasillos y el estudio tienen una altura menor, las habitaciones y el área social gozan de una altura mayor y una sección donde la inclinación de las cubiertas cualifica el espacio.

Con el fin de controlar la sensación de escala en estos puntos altos de la casa, los arquitectos revistieron la parte superior de los muros en madera, lo que junto con las alfardas y la tablilla de la estructura de soporte de los techos aporta un sentido de calidez. En el quiebre entre los dos volúmenes aparece una pequeña terraza con una bañera de hidromasajes, orientada hacia la represa.

Como adición a la residencia construyeron una oficina separada de los volúmenes principales, para que el dueño de la casa tenga un espacio de trabajo con privacidad. Este pabellón conserva la materialidad de las fachadas del proyecto, pero cambia su sección a dos aguas.

Una secuencia de ventanas verticales se pliega sobre uno de los muros y parte de la cubierta para introducir luz natural, en tanto que uno de los extremos del volumen se abre al jardín, donde una mesa y sillas de exterior permiten tener reuniones al aire libre.

La ejecución de la obra estuvo a cargo de Constructora Integrar, una empresa con sede en Medellín, encabezada por el ingeniero Santiago Celis Franco. La simplicidad del sistema constructivo de la casa, con muros estructurales que soportan las cargas, responde a una arquitectura donde la masa es importante pero también la amplitud espacial. Greenfield Design Studio diseñó los jardines para animar el acceso y crear un primer plano de paisaje.

Con esta casa, MV Arquitectos propone una perspectiva sobre lo doméstico que no busca su validación en tendencias muchas veces efímeras. Al contrario, la mirada de Mauricio Vélez produce aquí, una vez más, una arquitectura que se soporta en un conocimiento vasto del habitar en nuestra cultura, donde la labor del arquitecto da prioridad a lo que permanece y no a lo pasajero.
Ante la velocidad de la moda, esta vivienda ofrece una pausa para el sosiego y la tranquilidad de una familia que vive sus días en el silencio reinante entre el cielo y las montañas.
Cinco puntos a destacar
1. Esta casa se diseñó para que la cotidianidad de la familia que la habita invite a la constante contemplación del paisaje.
2. Durante el proceso de diseño, los arquitectos trabajaron con los clientes en sesiones de dibujo para tomar decisiones democráticamente.
3. En la cocina, diseñada como un espacio abierto para el encuentro familiar, los utensilios adquieren la condición de piezas de exhibición.
4. Gracias al uso de madera y piedra, la casa se vincula con la cabaña tradicional y logra un ambiente recogido, a pesar de sus áreas generosas.
5. La construcción de una oficina separada de la vivienda ofrece un área privada para el trabajo remoto en medio de los jardines.