La casa en la que las mujeres indígenas del Putumayo gestan la paz

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La casa en la que las mujeres indígenas del Putumayo gestan la paz

Camilo Medina Noy

La violencia es tan compleja que muchas veces no se manifiesta de l as maneras más obvias. En países como Colombia también sucede de puertas hacia adentro, o incluso en contra de la fauna y la flora.

Esto implica que el proceso de sanación de las heridas que ha dejado el conflicto sea difícil y se deban tener en consideración todas las formas en las que nos hemos hecho daño. Por ese motivo, iniciativas como la de la Asociación de Mujeres Indígenas (Asomi) Chagra de la Vida son tan importantes para reconstruir el tejido social y cuidar los territorios. 

Paola Margarita Chindoy es la coordinadora del programa “Juntas para tejer”, que forma parte del plan de sostenibilidad de Asomi. Es una mujer camsá —o kamsá—, uno de los quince pueblos indígenas que habitan en el departamento del Putumayo, ubicado en el suroccidente del país, entre el piedemonte de los Andes y la Amazonia colombiana. 

Chindoy nos recibe a la entrada de la sede de Asomi en Mocoa (Putumayo), y nos sentamos bajo un techo de paja de forma conoidal, alrededor de una fogata que emite olores a hierbas naturales. Es una suerte de versión reducida de las tradicionales malocas, aquellas construcciones que funcionan como lugar de encuentro en algunas culturas indígenas. 

“El propósito de Asomi es fortalecer la medicina indígena, visibilizar el rol de la mujer indígena en la sociedad colombiana, hacer un ejercicio de transmisión de conocimientos y cuidar el territorio como fuente de vida, para los pueblos indígenas y para la gente, en general. La organización la integran 65 mujeres indígenas —de los pueblos inga, camsá, cofán, siona, coreguaje, del Putumayo y Caquetá—. Son mamás y abuelas sabedoras de la medicina ancestral”, cuenta Chindoy.

Todo el espacio, en su integridad, busca visibilizar la esencia de la mujer indígena y reconocer su autonomía y fortaleza. Después de recibirnos en la pequeña maloca pasamos al “Útero”, una edificación cuyo diseño está inspirado precisamente en ese órgano de la mujer en el que se desarrolla la vida. Como en la matriz se forma la vida humana, en este lugar se gestan las ideas sobre las que se han construido las iniciativas de Asomi.

Allí se reúnen las madres a conversar, y de hecho en sus muros están colgados los retratos de algunas de las representantes más importantes de la asociación, como homenaje a su sabiduría y su linaje. 

Chindoy indica que el Útero es un espacio de apertura, ideal “para darles la bienvenida a las personas que tengan interés en conocer las culturas y las formas de vida de los pueblos indígenas. Es un ambiente de interacción en el que las indígenas pueden transmitir sus saberes, siempre de acuerdo con el mandato y la orientación de las mayores”. 

El espacio por la Asociación de Mujeres Indígenas

En la Chagra —que significa ‘lugar de aprendizaje’ y es como se llama todo el espacio— hay varias actividades que se pueden hacer, incluyendo el hospedaje en unas cabañas situadas en la parte posterior del Útero. Sin embargo, nuestra guía aclara que no se trata de un negocio de turismo para enriquecerse.

“No queremos vender productos o servicios. Lo que hacemos es generar un ambiente de formación, pedagogía abierta y sensibilización, todo desde el respeto por el conocimiento de las mujeres indígenas del Putumayo”, dice Chindoy. 

En aras de promover esa transmisión de conocimiento, en Asomi se celebran baños ceremoniales y masajes curativos, y se sirve comida de la región —preparada con ingredientes cultivados en su huerta—, además del senderismo y de la oferta de productos creados por las mujeres que integran la asociación, como artesanías típicas, aceites y cosméticos. 

“En Asomi velamos por la salud integral de la humanidad por medio de espacios de sanación, bienestar y conexión con el territorio. También nos interesa garantizar la autonomía de las mujeres y su seguridad dentro y fuera de su casa. Es un proceso que se ha fortalecido gracias al programa de Juntanza Étnica, de las ONG USAID y ACDI/VOCA”, añade Chindoy.

Luego de conversar en el Útero, empezamos un recorrido por un sendero a través de una reserva natural que tiene Asomi a su disposición y a su cuidado, que conduce a una cristalina caída de agua donde la frondosa vegetación es la protagonista. 

Mientras regresamos cae la tarde, y la oscuridad se acrecienta bajo la sombra cerrada de los árboles, al tiempo que se oyen cantos exóticos de pájaros que retornan a sus refugios. “Este tipo de recorridos eran impensables hace 20 años. A la gente no se le ocurría venir al Putumayo. Hoy, el reto es destacar nuestra riqueza y difundir nuestros saberes y conocimientos”, concluye Chindoy.

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